“El trabajo es la fuente de casi toda la miseria en el mundo. Casi todos los males que puedas mencionar provienen del trabajo, o de vivir en un mundo diseñado para el trabajo. Para dejar de sufrir, tenemos que dejar de trabajar”.
Así, con esa contundencia comienza el texto que va a ser protagonista de este episodio de Colmenas Tapizadas. ¿Su título? La Abolición del trabajo. ¿Su autor? Bob Black.
Hace unas semanas abordábamos en Colmenas Tapizadas el tema de los Provos holandeses, unos activistas que pese al ambiente político, esencialmente marxista, que les rodeaba por toda Europa en la década de los sesenta, fueron capaces de vislumbrar más luz en el “Derecho a la pereza” del yerno de Karl Marx, Paul Lafargue, que en otros textos políticos.
Bob Black en su breve ensayo adelanta los Provos en ese carril bici para llevarnos a un territorio de tal nivel de ruptura con lo establecido que no parece comprensible por ninguna de las corrientes políticas y económicas que rigen, compiten y combaten en este sistema desde hace décadas.
El caso es que desde el fascismo hasta el anarcosindicalismo, pasando por las corrientes liberales, socialdemócratas e izquierdistas, todas parecen haber asumido el trabajo como parte esencial de sus políticas. Black asegura que si bien todas las corrientes políticas que hemos enumerado tienen sus graves discrepancias en la toma y el ejercicio del poder, no son tantas las diferencias en torno al trabajo asalariado: todas y cada una de esas corrientes políticas quieren mantenernos trabajando. Sin darse cuenta de algo esencial: Odiamos el trabajo.
Cuando comenzábamos a preparar este episodio iniciamos una búsqueda. Comenzamos a buscar conferencias que hablaran sobre el trabajo y nos dimos de frente con una oleada de conferencias y discursos de coachers abogando por el esfuerzo para la mejora de nuestra situación, sea cual fuera. Un griterío ensordecedor que penetra en nuestras cabezas con sus “no te esfuerzas lo suficiente” y sus “si quieres puedes”. Así que apagamos el ordenador y volvimos con las orejas agachadas a las páginas de Bob Black editadas por Pepitas Editorial.
A todos esos señoros del coaching, porque claro, la mayor parte de ellos tenían que ser hombres, no podía ser de otra manera. A todos esos señoros se les rebate con un solo argumento. Mientras trabajo pierdo el tiempo en esforzarme en lo que realmente me llena y disfruto. Mi esfuerzo se esfuma en un taller, en una línea de producción o en una oficina durante cuarenta horas a la semana y el beneficio se lo lleva un señor que apenas pasa diez horas semanales en su despacho. ¿Me esfuerzo lo suficiente? ¿Si lo intento muy fuerte lo conseguiré? A la mierda toda vuestra doctrina neoliberal. Yo lo que quiero es dejar de trabajar.
Queremos dejar de trabajar asiéndonos incontestablemente a la definición del trabajo que Bob Black hace:
“Mi definición mínima del trabajo es labor forzada, es decir, producción impuesta. El trabajo es producción impuesta por medios económicos o políticos, por la zanahoria o el látigo (la zanahoria es sólo el látigo por otros medios). Pero no toda creación es trabajo. El trabajo nunca es hecho por amor al trabajo mismo, sino para obtener un producto o resultado que el trabajador (o, con más frecuencia, alguien más) recibe del mismo. Esto es el trabajo y definirlo es despreciarlo”.
Estamos convencidas que tras esta definición, que podemos resumir en que el Trabajo es producción impuesta por la zanahoria o el látigo, o incluso por ambas, tras haber definido de esta forma el trabajo habrá quien comience a estar más de acuerdo con nosotras en que no solo odiamos los lunes, no solo odiamos el capitalismo, odiamos el trabajo.
Siguiendo estos postulados una persona trabajadora es una persona esclava a tiempo parcial. ¿Por qué un esclavo o una esclava? Básicamente porque durante 40 horas a la semana depende de unos horarios impuestos y de unas labores impuestas, bajo la coacción y la amenaza continua del despido.
“Quien diga que esta gente es «libre» es un mentiroso o un estúpido” asegura Black, para continuar advirtiéndonos que “eres lo que haces. Si haces trabajo aburrido, estúpido y monótono, lo más probable es que tú mismo acabarás siendo aburrido, estúpido y monótono. El trabajo explica la creciente cretinización a nuestro alrededor mucho mejor que otros mecanismos idiotizantes como la televisión y la educación. Quienes viven marcando el paso todas sus vidas, llevados de la escuela al trabajo y enmarcados por la familia al comienzo y el asilo al final, están habituados a la jerarquía y esclavizados psicológicamente. Su aptitud para la autonomía se encuentra tan atrofiada, que su miedo a la libertad es una de sus pocas fobias con base racional”.
En cierto modo vivimos en el esclavismo laboral. En el fascismo fabril. En la oligarquía de oficina. Parafraseando a la tía Ángels de la novela de Kiko Amat Cosas que hacen BUM Vivimos en cárceles del intelecto y la diversión. No en vano la fábrica y la cárcel, se crearon casi a la vez y sus operadores copiaron conscientemente las técnicas de control de unas y de otras. Foucault las comparó y no en vano, para cualquiera que haya entrado en una cárcel más allá de la zona de visitas, el trajín interno se asemeja al de una fábrica. Sí, está claro que la persona presa puede alejarse de la dinámica pero si quiere conseguir algunos beneficios el trabajo dentro de prisión se los va a ofrecer.
El caso es que el capitalismo, y ojo que también lo hizo el comunismo, ha conseguido que vivamos de esta forma, alienados y semiesclavos, por un dinero que nos llega en el mejor de los casos para pagar servicios básicos y realizando labores que en muchos casos son innecesarias. En el mundo capitalista en el que vivimos la rueda acostumbra a ser la siguiente:
La publicidad genera unas demandas que las fábricas, esos cementerios de la creatividad, se dedican a complacer, encarcelando parcialmente a trabajadores y trabajadoras, para que finalmente un comercio adquiera ese producto fabricado bajo unos estándares comprobados y que luego serán corroborados y transportados una y otra vez con memorándums, albaranes, certificados de calidad, garantías y facturas que lo aseguren hasta que el bien es utilizado. Un sinfín de papeleos y kilómetros creados y recorridos por otras personas esclavas rodean a cada intercambio en lo que sin duda es una ardua e inútil labor. Un trabajo infructuoso a la vez que aburrido.
Black aseguraba en “La abolición del Trabajo” que “Si hacemos un trabajo aburrido, estúpido y monótono, lo más probable es que acabemos siendo aburridos, estúpidos y monótonos”.
Al trabajo asalariado que nos secuestra unas determinadas horas por un determinado salario, a ese trabajo asalariado como lo conocemos debemos añadir una nueva parte de esclavos y esclavas que asumen la autoexplotación como un ejercicio de falsa realización. Creativas y creativos generan un producto propio que deben vender y esclavos de sí mismos se convierten en su propia marca. Nada más lejos de la realización.
Estás escuchando Colmenas Tapizadas y en vísperas de cobrar nuestra paga extraordinaria, ese mes excepcional en el que las esclavas del trabajo asalariado cobramos dos veces, hemos decidido convenceros de que el trabajo apesta.
Hasta ahora hemos desgranado una definición básica de lo que consideramos trabajo, la producción impuesta por medios económicos o políticos, ya sea por la zanahoria o el látigo.
También hemos asegurado que esto no nos hace libres ni mucho menos, en todo caso esclaviza una parte importante de nuestro tiempo, en labores en muchos casos inútiles.
Hemos añadido a esta ecuación a aquellas personas que bajo el yugo de la autoexplotación se dedican a perder su vida en crear su marca con la intención de llegar a un éxito que, en el mejor de los casos, les dejará de secuestrar algunas horas menos que antes de alcanzarlo.
En fin, que desde aquí, postulamos que el trabajo asalariado no es digno de nuestras personas. Y que si lo hacemos no es más que con el objetivo de recibir un dinero a cambio que nos permita vivir bajo techo y alimentarnos. Sí y disfrutar de unos pequeños momentos de ocio. Un ocio cada vez más limitado porque perdemos el tiempo trabajando.
Pero ahora nos interesa saber si ha habido alguien ahí fuera que llegara a estos mismo postulados, aparte del ya nombrado Paul Lafargue.
Kropotkin consideraba el bienestar como el más grande estímulo para el trabajo, si entendemos aquél como la satisfacción de nuestras necesidades físicas, artísticas y morales. El autor de El apoyo mutuo ponía en oposición dos conceptos: el del trabajador «libre» frente al trabajador asalariado, y aseguraba que el trabajador libre es capaz de aportar una mayor dosis de energía e inteligencia y de realizar una tarea auténticamente productiva. Pero no estamos hablando de ese ideal de trabajador libre cuando hablamos. De hecho nosotras mismas desearíamos trabajar en beneficio del montón de Kropotkin para después tomar lo que necesitemos cuando lo necesitemos.
Pero vemos dos problemas. El primero que, si los hay, pocos son los trabajadores libres. No dudamos que alguno lo sea sin saberlo y otros crean serlo sin tener libertad real. El segundo que estamos lejos de tener el famoso montón de Kropotkin. Muy lejos.
Pero vamos a romper una lanza en favor de Kropotkin y es que una cosa tenía razón. A todas nos despiertan interés hacer según qué labores productivas durante un determinado tiempo, nos entretienen y las disfrutamos.
Te podría apetecer, o incluso gustarte, tallar la madera, saber labrar un campo, utilizar una forja, arreglar una carretera o incluso mover unas piedras para hacer una casa. Sin embargo esas labores que en un momento dado nos pueden parecer interesantes o incluso divertidas perderán esa cualidad en el momento que estén atadas a un horario y productividad y además se vean abocadas a la repetición continua. Llegaran a aburrirnos y finalmente las detestaremos.
Así pues en cierto modo y con algunas matizaciones que ya le hizo en su momento Malatesta puede haber un trabajo libre, como lo definía Kropotkin, pero ya le encontró pegas el bueno de Errico Malatesta, no existía en 1985 cuando Bob Black escribió el libro que nos ocupa el programa de hoy, ni mucho menos existen en pleno siglo XXI.
Y como nos pasa a nosotras a muchas les aborrece su trabajo y lo realizan tan solo por el salario que reciben a final de mes. Bob Black aseguraba que en los años ochenta “Muchos trabajadores están hartos del trabajo. Las tasas de ausentismo, despidos, robo y sabotaje por parte de empleados, huelgas ilegales, y flojera general en el trabajo son altas y van subiendo. Podría haber un movimiento hacia un rechazo consciente y no sólo visceral del trabajo. Y sin embargo, el sentimiento prevalente, universal entre los patronos y sus agentes, y muy extendida entre los trabajadores mismos, es que el trabajo mismo es inevitable y necesario”.
Hoy los tiempos han cambiado, un poco, porque nosotras os aseguramos que seguimos detestando los lunes, porque suponen volver al trabajo. Pero en pleno siglo XXI hay que sumar a esta relación con el trabajo un triunfo del neoliberalismo: la Psicología de los Recursos Humanos y el Management, cuya misión es hacer que los trabajadores hagan a gusto lo que no les gusta: trabajar. ¿Cómo lo han logrado? Haciendo creer a los esclavos y esclavas eventuales que el trabajo no les dignifica como dejaron inscrito los nazis, si no que les ayuda a realizarse y para ello les han convencido de que sus intereses son los mismos que los de su empresa. La autoexplotación asalariada, que es ya el colmo de la estupidez humana.
Pero no solo eso, es que la mayor parte del trabajo realizado por las personas es realmente inútil. Para Black abolir el trabajo requiere ir hacia él desde dos direcciones, cuantitativa y cualitativa. Por el lado cuantitativo recortando masivamente la cantidad de trabajo que se hace.
Por el lado cualitativo plantea tomar el trabajo útil que queda y transformarlo en una agradable variedad de pasatiempos parecidos al juego y la artesanía, que no se puedan distinguir de otros pasatiempos placenteros, excepto porque generan productos útiles. Sin duda eso no los hará menos estimulantes. Entonces, todas las barreras artificiales del poder y la propiedad se vendrían abajo. La creación se convertiría en recreación. Y podríamos dejar de vivir temerosos los unos de los otros.
Pero Black incide en que la mayoría del trabajo no vale la pena salvarlo. Y eso que vivía en la década de los ochenta. Imaginen que hubiera pensado de una sociedad ultradigitalizada en la que millones de horas al día son destinadas a la información digitalizada y al marketing empresarial y personal.
Aun así, aun viviendo en los años ochenta Black consideraba que solo una fracción pequeña y menguante del trabajo sirve para algún propósito útil, aparte de la defensa y reproducción del sistema del trabajo y sus apéndices políticos y legales.
En la década de los sesenta Paul y Percival Goodman estimaron que sólo el cinco por ciento del trabajo que se hacía entonces bastaba para cubrir las necesidades mínimas de comida, ropa, y techo de la época.
Su cálculo era sólo una aproximación educada, pero el punto clave está claro: directa o indirectamente, la mayor parte del trabajo sirve los propósitos improductivos del comercio o el control social. De inmediato podemos liberar a decenas de millones de vendedores, soldados, gerentes, policías, guardias, publicistas y todos los que trabajan para ellos. Es un efecto de avalancha, puesto que cada vez que dejas sin trabajo a un pez gordo, también liberas a sus lacayos y subordinados. Y entonces la economía implota.
Black recuerda que en los años ochenta el cuarenta por ciento de la fuerza laboral eran trabajadores de cuello blanco. Hoy en el siglo XXI suponen más del 65% de los y las trabajadoras del norte global. En el caso del Estado español en lo que va de siglo el sector servicios ha pasado de suponer el 50% de la economía a más del 75%.
Esa gente, los y las oficinistas, los y las comerciales, asistentes varios de ejecutivos, ejecutivos de poca monta, consejeros, telefonistas, recepcionistas… la mayor parte de esta gente tienen los empleos más tediosos e idiotas jamás concebidos. Industrias enteras, seguros y bancos por ejemplo, no consisten en nada más que mover papeles inútiles de un lado a otro. Sería un ejercicio maravilloso poder estudiar cuántos de estos “trabajos” sobran.
Luego podríamos encaminar nuestros pasos al trabajo de producción para cargarnos, y no nos va a temblar el pulso, la industria armamentística, la casi totalidad de la industria del automóvil, las macrogranjas, la mayor parte de la industria de la cosmética y una gran parte de la industria del textil.
En estos momentos me siento un poco Cirus en el discurso inicial de Warriors: ¿Os dais cuenta? ¿Os dais cuenta cómo podemos abolir el trabajo?
Bob Black hace un apunte importantísimo y es que finalmente, una vez que nos hayamos librado de todas esas labores tediosas y en cierto modo inútiles: «Debemos deshacernos de la mayor de las ocupaciones, la que tiene el horario más largo, el salario más bajo, y algunas de las tareas más tediosas. Me refiero a los trabajos del hogar los cuidados. Al abolir el trabajo asalariado y alcanzar el desempleo total, atacamos directamente la división actual del trabajo imposición del capitalismo patriarcal y su trabajo asalariado. El núcleo familiar como lo conocemos es una adaptación inevitable a la división del trabajo impuesta por el moderno trabajo asalariado».
Black imagina a todos los científicos, ingenieros y técnicos, liberados de molestarse en investigación de guerra y obsolescencia programada, disfrutando a lo grande inventando medios para eliminar la fatiga, el tedio y el peligro de las actividades productivas necesarias. Sin duda hallarán otros proyectos en los que divertirse.
Ahora sí una cosa advertimos desde Colmenas Tapizadas. Ahora mismo será difícil llegar al montón de Kropotkin, así pues, trabajad lo justo, disfrutad de la vida, de llamar a las amigas, de beber unas cervezas frías en buena compañía, de ayudar a tu vecina, de pasear el perro, de tumbarte en un prado y de la buena comida. Cuando llegue el momento, que llegará, aboliremos el trabajo juntas. Esto no puede hacerse sola.
En palabras de Julius Van Daal:
“En cuanto escapan a los dictados del mercado, las necesidades dejan de estar determinadas por la penuria artificial y de regirse por el cada uno a la suya. El secreto de la eficacia asociativa reside en la transparencia de las conductas humanas. Para derrocar al sistema, los rebeldes tendrán que jugar de forma colectiva y conspirar a plena luz del día en la medida de lo posible. En otras palabras, tendrán que difundir la rabia de vivir”.
Despedimos aquí este Colmenas Tapizadas y lo queremos hacer con un alegato en favor de quienes han trabajado duro para salir adelante, quienes se han asociado, han montado sindicatos y han dejado la vida en la defensa de los y las trabajadoras y en tratar conseguir que su esclavitud fuese más llevadera. A todos y a todas ellas, gracias.
Máximo respeto a quienes consiguieron la jornada de ocho horas y a quienes perdieron la vida en las luchas sindicales. Sin embargo, entendemos que ya es hora de acabar con el mito del trabajo que, cada vez con mayor evidencia, supone un secuestro temporal de las personas para que realicen labores aburridas e insulsas que en nada les llenan.
Abajo el trabajo.
No olvidéis incumplir al menos una ley al día.
Aunque esta semana sería magnífico que incumplierais algunas de las normas que rigen vuestros empleos. Por ejemplo olvidar hacer un albarán, apretar de menos un tornillo, no enviar ese correo electrónico, cambiar el color de la pintura, colgar una llamada a mitad… o sabotear la empresa. Cualquier cosa vale.
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Este texto ha sido usado como guión del último programa de Colmenas Tapizadas.
Texto Completo «La abolición del trabajo» de Bob Black aquí.